Nestlé, vende en el mundo 2,7 millones de chocolatinas al día, ha elegido México, cuna del dulce, para crear una experiencia chocolatosa del siglo veintiuno. El Reino del Chocolate, en Toluca a las afueras de México DF es un edificio vanguardista, proyectado por el joven estudio Rojkind Arquitectos, en el que priman los ángulos y el minimalismo.

La entrada de este reino, lejos de parecer un palacio, es un trapecio irregular enmarcado con neones blancos que lleva a una salal amplia y abstracta donde el único elemento decorativo son pufs. En este castillo de diseño, el vídeo de introducción a la visita se proyecta sobre una triple pantalla de aire posmoderno. Aunque la historia del cacao trata de mayas y aztecas, la estética del recinto es más cercana a los videojuegos y al rap. El recorrido, que lleva más de una hora, tiene tramos como La Cámara de Asepsia: un pasillo blanco como los de La guerra de las galaxias, donde los chavales, envueltos en una bruma de hielo seco, tienen que ponerse batas y protectores de zapatos. También hay tramos con luz negra o brillantes efectos de luces laser.

Este concepto museístico, cada vez más extendido entre las empresas alimenticias, es que las visitas no interrumpan la producción, pero al mismo tiempo salgan con algo aprendido y disfruten de una experiencia interactiva. Para conseguirlo, el recorrido de Nestlé está repleto de juegos y explicaciones del tipo: «Al día usamos 180 toneladas de azúcar, el peso de 30 elefantes» o «cada segundo fabricamos 16 tabletas, en un año, una tras otra, darían la vuelta al mundo». La fábrica se ve a trozos cosas del secreto industrial, pero hay puntos en los que se han colocado prismáticos para «espiar» más de cerca cómo el espeso oro negro y amargo de los mayas se convierte en dulcísimas tabletas envueltas en papel.

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